Andy Warhol, y esto es algo que ni sus más acendrados enemigos osarían discutir, ha marcado, de una manera u otra, la escena artística y social de los últimos treinta años. Nombre señero del Pop-Art en los sesenta; impulsor de todo tipo de aventuras vanguardistas en su célebre Factory ―desde bandas de rock como la Velvet Underground hasta películas como «Sleep», «Mario Banana» o «Lonesome Cowboys», clásicos del cine «underground», sin olvidar algunos de los «happenings» más estrepitosos de la historia―, se convirtió en los sesenta, con su revista «Interview», en todopoderoso árbitro que decidía «quién era quién» y a quién otorgaba los codiciados minutos de celebridad en la sociedad neoyorquina.
Homosexual, voyeur, incansable observador de las costumbres de su tiempo e infatigable frecuentador de salones, discotecas y de todos los lugares de encuentro de ricos, modernos y famosos ―y en esto ha sido comparado, no sin razón, con otro gran cronista de su tiempo, Marcel Proust―, después de su muerte ha seguido provocando con sus diarios grandes oleadas en los revueltos mares en los que navegara.
No hay comentarios
Publicar un comentario